Un recorrido por el horror con aroma a tierra
El retrato de la mujer, con cara de maestra de escuela, que encabeza este artículo es el de Pauline, nacida en el seno de una pobre familia de agricultores, que estudió hasta el instituto donde ya asomaba el futuro que le deparaba su ambición desmedida y hacerse amiga de Aghate Habyarimana. Porque Aghate acabaría siendo la mujer más poderosa de Ruanda como esposa de Juvénal Habyarimana, y controladora de su cuadrilla como Primera Dama de Ruanda; entre 1973 y 1994.
Ruanda no se diferencia con España en que si eres ambiciosa y tienes los amigos adecuados, puedes llegar lejos a nivel político. Así es como Pauline se colocó de Secretaria en el Ministerio de Asuntos Sociales, desde donde recorría el país dando conferencias sobre empoderamiento femenino, el cuidado infantil y la prevención del SIDA. Para acabar encabezando, como ministra, el Ministerio de Familia y Progreso de la Mujer. Quedaros con estos cargos, porque son importantes para lo que ocurría después.
Cuando la humanidad aceleró su caída al pozo más oscuro y hondo en este lugar del mundo, que era algo que había comenzado a partir de que unos alemanes pasaran por allí, y luego los belgas, pero que se aceleró – como decía- su caída en la década de los 90 del pasado milenio. Pauline fue enviada a Butare, donde nació. Aquí era respetada gracias a su puesto y ser hija del lugar. Y es ahí donde desataría el mayor horror que ha conocido la humanidad -y la humanidad ha conocido muchos horrores- os lo aseguro, pero ninguno hasta el momento como el que desató la Ministra de Familia y Progreso de la Mujer de Ruanda.
Cuando la «fiesta del matar» de los hutus -Pauline era hutu, por cierto- se inició contra los tutsis. La ministra animó a estos últimos a acudir al estadio de Butare, donde el estado podría protegerlos. Logró reunir entre 1.500 y 5.000 tutsis, adultos y niños. Y cuando todos estaban reunidos en el campo de juego; milicianos, policías y soldados abrieran fuego contra ellos y remataron a los heridos que quedaron a machete. Así empezaba el curriculum de terror de Pauline. Después ordenó a los milicianos a que fueran a todos los lugares donde podrían quedar tutsis, como el hospital. Y ya que por su cabeza asomó la palabra hospital, mandó que se liberaran a los varones hutus enfermos de SIDA que estaban en tratamiento y los que hubiera en las cárceles. Pauline quería -y así se hizo- que fueran la vanguardia en las violaciones múltiples (mul-ti-ples; en toda su extensión) que sufrirían las mujeres tutsis: murieran o vivieran el resto de sus días como muertas en vida.
Lo que ocurrió bajo las órdenes de Pauline no lo habría imaginado ni la mente más retorcidamente perversa y sanguinaria que podamos imaginar.